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lunes, 23 de mayo de 2016

En la cama con Hamlet

Como ya dije en este blog, anoche no tenía interés ninguno en el partido de fútbol. No vi la final de la Copa, no os podéis imaginar cuánto me alegré. Anoche estuve viendo Hamlet, el último montaje de Kamikaze Producciones, con guión a cargo de Miguel del Arco. Maravilloso: dos horas y media estuve inmersa en la inconsistencia del ser, ese espacio que fluctúa entre la genialidad del lunático que planea y el sufrimiento del humano que se arrastra a ras del suelo.

Versionar un clásico siempre es arriesgado: si es un éxito, el mérito se lo lleva el original, si no lo es, resulta vulgar. El único terreno seguro en este ámbito es el conocimiento profundo del texto original, bucear en él y cuando ya se conocen todas sus grutas, atreverse a salir a respirar e insuflar de ese aire la obra clásica. No se trata de mejorar lo inmejorable, sino de personalizar la perfección. Viendo este Hamlet me preguntaba cuántas veces habría pensado Del Arco "ojalá se me hubiera ocurrido esto a mí", enfrentado al texto de Shakespeare, seguramente las mismas que yo pensé "ojalá hubiera escrito yo esta versión", mientras disfrutaba del guión de su Hamlet. Del Arco ha creado una adaptación moderna, respetuosa, divertida, conservadora a ratos y atrevida otros, innovadora, sensible...ha hecho metateatro y todo esto como hacen los grandes genios: sin salir de la cama.

Para la mayoría de las personas, el tema principal de Hamlet es la venganza. Es lo que hace interesante al protagonista para el espectador: su lucha interna por ahogar la sed de venganza que lo tortura. Venganza, culpabilidad y castigo son tres componentes de la naturaleza humana que, por su mala prensa, son desterrados normalmente de nuestra imagen pública, lo que Freud llamó el superyó. Ver a Hamlet retorcerse torturado por ese deseo de venganza es para el espectador una catarsis: regocijarse en secreto por un sufrimiento ajeno, que para todos alguna vez ha sido propio, Mi propia catarsis ocurrió justo al principio de la obra, cuando vi a Israel Elejalde con el torso desnudo, como el monstruo de la escena que es, dejando que sus músculos pasaran del éxtasis a la relajación al compás del monólogo.

Para una psicóloga, como es mi caso, el tema principal de Hamlet es la distorsión cognitiva, la eterna pregunta que nos acosa: ¿es real lo que vemos o lo que sentimos? Hamlet pasa toda la obra eligiendo caminos que lo llevan al destino que quiere evitar, equivocándose, temiendo enfrentar una realidad inaceptable, actuando con cordura cuando se finge enajenado, convirtiéndose por momentos en un personaje tan deleznable como su antagonista. El intelecto de Hamlet se enfrenta a lo que sus visceras le exigen y todo esto se desgrana en monólogos, disquisiciones y diálogos, imposibles de seguir para el público, si no es conquistado desde el principio, como yo anoche, que fui seducida en la intimidad del dormitorio desde la primera escena.

Ya me habían hablado de las escenografías simples de Kamikaze Producciones y yo siempre contesto lo mismo: cuando la escenografía es minimalista, el trabajo actoral debe ser magnífico. Anoche no me decepcionaron. Ayer estuve con Hamlet en la cama, y desde el borde de la cama fui conociendo a cada personaje, cada recoveco de la historia. Elejalde me conquistó desde el principio por su capacidad para vocalizar sin que el público se perdiera una sola palabra, modulando la textura de su voz al ritmo frenético y bipolar de los cambios emocionales de Hamlet y moviendo a la vez todo su cuerpo por el escenario con el mismo frenesí. Ángela Cremonte pasó de ser la Ofelia más clásica a la más rompedora sin inmutarse, actriz todoterreno, cantante sorprendente antes de su suicidio. Daniel Freire me envenenó con sus encantos. Ana Wagener me llevó de la lujuria al miedo, y Jorge Kent y José Luis Martínez fueron los enterradores que más me han hecho reír en toda mi luctuosa historia.

Y cuando ya era tan feliz que no podía esperar más, llegó la escena del duelo con esa magnífica coreografía de esgrima. Y valió la pena haber esperado a Laertes desde su viaje a Francia a principios de la obra, aunque no había dejado de disfrutar de Cristóbal Suárez. Recuerdo que pensé: "Flynn en el teatro Calderón", porque como Errol, Suárez y Elejalde se convirtieron en maestros de esgrima en un espacio tan reducido que da vértigo pensarlo.



Este Hamlet me ha transformado. No sé qué ha sido, qué recurso escénico me ha gustado más: los guiños de actualidad del guión, la versatilidad de una cortina, las canciones, la iluminación de una precisión exquisita,el humor en cada giro del diálogo....Sólo puedo decir que entré siendo una espectadora, y me habéis convertido en kamikaze.





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