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domingo, 9 de octubre de 2016

Caronte faltó a la cita

Hoy he visto la primera adaptación para teatro que se ha hecho de una novela de Arturo Pérez Reverte: El pintor de batallas. Antes de ir pensé: "es imposible estropear esta novela", y ahora pienso que tenía razón. Me ha gustado la versión teatral en general, aunque con matices, En el teatro pasa como en el cine, las versiones de un libro que has leído son difíciles de asimilar, principalmente porque la historia que uno ha imaginado leyendo nunca es la misma que el guionista, dramaturgo, actores, etc. exponen ante sus ojos, y eso complica bastante las cosas. De hecho, fuimos cuatro amigos a verla, y de los cuatro a la que más gustó, fue a la única que no había leído la novela, que por cierto manifestó su intención de hacerlo al salir de la sala.

Si yo fuera Pérez Reverte, probablemente también le habría confiado mi texto a Antonio Álamo. La versión que vi ayer de El pintor de batallas refleja con soltura y unos diálogos excepcionales lo esencial de la novela a la que se remite. Siendo muy respetuoso con el texto original, Álamo deja que el espectador adivine o complete ciertas omisiones, convirtiéndolo en cómplice y creando una interacción que mantiene al espectador en vilo al igual que la novela. Recuerdo perfectamente mi reacción ante aquella frase Porque voy a matarlo a usted, pensé "yo de este sofá no me muevo hasta ver si lo mata o no lo mata".


La guerra tiene su público, y en Europa, la guerra se consume como la ciencia ficción, como algo que nunca nos va a pasar. Eso mismo debían pensar los yugoslavos a finales de los 80, viviendo en un país desarrollado, culto, industrializado y en el que convivían distintas culturas y los posibles odios entre vecinos se debían más a enfrentamientos familiares de antaño que a diferencias étnicas, aunque luego la guerra le dio sentido a todos ellos. De repente un día estos vecinos dejaron el anonimato salieron en todos los informativos protagonizando lo que los periodistas muy amablemente nombraron "el conflicto de los Balcanes".

Uno de estos vecinos anónimos es Ivo Markovic, interpretado concienzudamente por Alberto Jiménez, que se esforzó con el acento croata y con una utilización del espacio escénico que dio mucho dinamismo a su personaje y a la obra en general. El coprotagonista que da nombre a la novela, fue interpretado por Jordi Rebellón, que consiguió transportarnos a la mente de un hombre que está en guerra consigo mismo, con una fuerza narrativa tal, que casi no necesitaba desplazarse por el escenario y apenas modular el tono de su voz. Eran dos personajes muy difíciles y se notaba el trabajo de elaboración de cada actor, me gustó el trabajo actoral por separado, pero no me convenció la interacción. Desde mi punto de vista, en el diálogo radica el tema principal de la novela: la transformación de los personajes a través del encuentro dialéctico, y eso no lo percibí anoche, aunque las interpretaciones por separado fueron muy buenas.


Para mí, que muchas veces miro con ojos de psicóloga, el tema principal de la novela no es la guerra en sí, sino la teoría del caos citada por el autor, el efecto mariposa, que hace que dos personas que deberían ser lo opuesto una de la otra, descubren a través del diálogo que no son tan distintas, que la vorágine de la guerra los ha manipulado a los dos, que están cerca uno del otro y lejos, muy lejos de lo que creían ser. Detesto a los soldados que se hacen preguntas, pero mucho más a los que obtienen respuestas. Los personajes de la novela buscan uno en otro respuestas que ellos por sí mismos no han encontrado durante años, y no llegan a ninguna conclusión satisfactoria. ¿Es azarosa o causal una decisión que se toma en cuestión de segundos? ¿Y si esa decisión cambia toda tu vida o la de otro, nos hace sentir mejor decir que ha sido el azar? 

Volviendo al escenario, a mí me gustaron tanto la música y la utilización del espacio sonoro, que me supo a poco. Magnífico el violín de Verónica Jorge subrayado por el chelo de Ainhoa Uribelarrea, los habría usado en más ocasiones. Y por supuesto, la videoescena. Sólo puedo decir de ella que donde Álvaro Luna haga la videoescena, allí estaré yo. Tiene una envidiable capacidad de convertir la narración en imágenes, y no en cualquier imagen, sino en la apropiada en cada caso, precioso su cuadro de la batalla que acompaña la evolución personal del pintor.

Lo que menos me gustó fue el final. No voy a contar el final de la novela, porque animo a los que no la han leído a que lo hagan. El final de la novela, no sólo ha sido sugerido a lo largo de la narrativa, sino que, desde mi punto de vista, dignifica a ambos personajes. Yo creo que Álamo no ha sabido plasmar esto en la obra de teatro, de la que tampoco voy a contar el final, para que vayan y juzguen por sí mismos. Sólo diré que yo hice un gesto de decepción y la persona que había a mi lado preguntó "¿qué te pasa?" "Que Caronte ha faltado a la cita", respondí.

Caronte faltó

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